Las estancias vaticanas
A finales de 1508 se
trasladó a Roma, donde entró al
servicio del papa Julio II,
probablemente gracias a la recomendación de su arquitecto Donato Bramante, quien por entonces
trabajaba en la basílica de San
Pedro, era natural de Urbino y tenía alguna relación con Rafael. A diferencia de Miguel Ángel, que no
realizó trabajo artístico alguno durante cierto tiempo en Roma antes de recibir
los primeros encargos, el joven
artista recibió rápidamente el encargo de decorar al fresco la que habría de
ser la biblioteca privada del pontífice en el Vaticano. Era un proyecto mucho más importante y
extenso que cualquiera en el que hubiera trabajado hasta ese momento, pues
hasta la fecha no había pasado de hacer algún retablo en Florencia. En su
equipo había otros artistas trabajando en diferentes estancias, muchos de ellos
pintando sobre obras encargadas por el odiado predecesor de Julio II, el papa
español Alejandro VI. El nuevo
pontífice había decidido borrar cualquier vestigio del papa Borgia, hasta sus escudos de armas. Uno de ellos fue Miguel Ángel, que recibió el encargo
de pintar la cúpula de la Capilla
Sixtina. (Pomella, 2000)
La primera de las célebres stanze que comenzó a pintar, es la conocida
como Stanza della Segnatura por
el uso que tenía en tiempos de Giorgio
Vasari, produjo un impacto extraordinario en el arte romano. Hoy día continúa
siendo considerada la obra maestra del pintor, pues contiene La Escuela de Atenas, El Parnaso y La
disputa del Sacramento, que son algunas de las obras más conocidas del pintor.
Como consecuencia de este gran éxito, le fueron encargadas nuevas estancias,
desplazando a otros artistas previamente contratados, como Perugino o Luca
Signorelli. Concluyó tres de ellas, todas con pinturas en sus muros y, a
menudo, también en los techos. Sin embargo, la inmensidad del trabajo asumido
le obligó a delegar la ejecución práctica de sus detallados diseños (que
siempre realizó en persona) en los miembros del numeroso taller que había formado.
Eran estos artistas de sobrada capacidad, que con posterioridad a la muerte del
propio Rafael, se encargarían de la decoración de la cuarta estancia, basándose
en los diseños que el maestro había dejado. La muerte de Julio II (1513) no
interrumpió los trabajos, pues su sucesor, el papa León X, un Medici, estableció una
relación cercana con el artista, que continuó recibiendo encargos. El amigo de Rafael, el cardenal
Bibbiena, era uno de los antiguos tutores del nuevo papa, y su íntimo amigo y
consejero.
Es evidente que Rafael se dejó
influir por los frescos del techo de la Capilla
Sixtina de Miguel Ángel. Vasari
dice que Bramante lo introdujo en dicha capilla secretamente. La bastida
correspondiente a la primera sección en ser terminada fue retirada el año 1511. La reacción de los demás
artistas ante la superior fuerza expresiva de Buonarroti fue la cuestión
dominante en el arte italiano en las dos décadas posteriores, y Rafael, que ya
había demostrado su capacidad de asimilación de influencias externas a su
propio estilo, aceptó el reto tal vez con mayor intensidad que cualquier otro
artista. Uno de los primeros y más claros ejemplos fue el retrato del mismo
Miguel Ángel como Heráclito en La Escuela de Atenas, que parece
sacado directamente de la Sibilas o los ignudi del techo de la Capilla Sixtina. Otras
figuras de esta y otras obras posteriores en las estancias acusan la misma
influencia, pero todavía más integradas en el estilo personal de Rafael. Buonarroti
lo acusó de plagio y unos años antes de la muerte de Rafael se quejaba en una
carta del siguiente tenor: «todo lo que sabe de arte lo ha aprendido de
mí», aunque en otras ocasiones se mostró más generoso.
Estas enormes y complejísimas
composiciones pueden ser consideradas entre las obras supremas del Renacimiento. Proporcionan una visión
extremadamente idealizada de los sujetos representados, y las composiciones,
aunque ya perfectamente concebidas en dibujo, parecen sufrir de «sprezzatura», un término ideado por
su amigo Baldassare Castiglione,
que el definía como «una cierta indiferencia que impregna toda la obra y que
nos hace pensar o dir que ha fluido sin ningún esfuerzo». Según Michael Levey, «Rafael les da a sus
figuras una gracia y claridad sobrehumanas en un universo de certezas Euclidianas». La pintura es de la máxima calidad en
las dos primeras estancias, pero las composiciones posteriores, especialmente
las que contienen acción de tinte dramático, no son completamente perfectas por
lo que atañe a la concepción, como tampoco en la ejecución por parte de sus
ayudantes.
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